Milei y Argentina: Cómo evitar el eterno fracaso del liberalismo en América Latina
Por Cristiano Ferraz
La adicción de América Latina a soluciones inmediatas es similar a la adicción a las drogas o al alcohol. Para salir de la dependencia, el adicto debe someterse a un proceso de desintoxicación y disciplina, y mantener una vigilancia constante. Sin embargo, vivir en un estado de abstinencia, vigilancia y disciplina es muy difícil, y después de años de esfuerzo, el adicto a menudo sucumbe a la tentación inmediata del alivio proporcionado por la bebida o las drogas, desperdiciando años de disciplina. Y cuando toca fondo, intenta nuevamente medidas ortodoxas y difíciles.
Esta es la historia de América Latina. Algunos países tienen una adicción más leve, otros están en situación mucho peor.
Mirando a Argentina: El paradigma Macri
El ex presidente Macri (diciembre de 2015 a diciembre de 2019) es un político de buen trato, alfabetizado, sabe hacer cuentas y es diplomático. Le tocó gobernar Argentina en un conflicto con acreedores internacionales, sin acceso a los mercados de crédito internacionales (en dólares estadounidenses). En poco tiempo, logró llegar a un acuerdo con los acreedores, llevó al país de regreso al mercado de emisión de deuda y obtuvo US$50 mil millones del FMI para normalizar las operaciones cambiarias argentinas.
Pero, como bien saben quienes conocen el grupo de Alcohólicos Anónimos, esto fue solo como obtener una ficha verde después de 12 meses de abstinencia. Sin duda es importante, pero si no se mantiene la disciplina, si no se supera todos los obstáculos para reestructurarse en la vida, de nada sirve haber estado limpio durante 12, 24 o 36 meses y luego volver a beber; y para hacerlo, simplemente basta el primer trago.
Como había muchos otros problemas en Argentina, la oposición política se aprovechó del hecho (obvio) de que Macri no “curó” al país y una vez más volvió a presentarse como la solución, prometiendo más “dosis de alcohol”, que en el caso argentino significa más intervención estatal.
Y regresaron con más fuerza, ya que heredaron los $50 mil millones de dólares (de la ficha verde de 12 meses de buen comportamiento) obtenidos por Macri. Hoy en día, Argentina otra vez está confrontada por la escasez de divisas. En otras palabras, es como un adicto que ha vuelto a consumir drogas de manera habitual y necesitará otro golpe duro para salir del abismo.
Parece un ciclo vicioso, y lo es.
¿Por qué es tan difícil establecer y mantener la disciplina liberal en América Latina?
Cuando se eligen gobernantes populistas, estos destruyen la racionalidad de las finanzas públicas pero crean un sistema inteligente de acceso privilegiado al
presupuesto estatal para ciertos sectores de la población. Para los más humildes, se trata de asistencialismo, subsidios y becas; para los más ricos, se trata de acceso privilegiado y directo al poder central del estado populista.
Venezuela es un ejemplo claro que se debe de tener en cuenta. La población más emprendedora, más rica y más liberal se fue del país desde un inicio. Aquéllos que se quedaron recibieron beneficios del gobierno, que fue rico hasta 2007, cuando el precio del petróleo aun era alto; pero 10 años después, seguían recibiendo subsidios del gobierno, aunque ya no podían comprar nada y estaban atrapados en el país sin patrimonio, sin dólares y sin perspectivas. Esto generó otra ola de emigración, esta vez por desesperación y hambre, y ya no por precaución y anticipación.
Cuando el país todavía goza de una democracia normal, con la posibilidad de alternancia en el poder y diferentes visiones económicas y del mundo, llegan presidentes ortodoxos como FHC, Macri y Temer, que vuelven a regular la economía local en función de principios sólidamente fundamentados en la moderación y el equilibrio fiscal.
Pero al adicto le basta una pequeña excusa para volver a la adicción. Cualquier aumento en la inflación, cualquier turbulencia externa, cualquier empobrecimiento, cualquier noticia económica negativa se le atribuirá a lo que llaman “neoliberalismo”. Y con tanta gente interesada en demonizar a quienes intentan sacar al país de la adicción a los desequilibrios y los privilegios, los populistas vuelven con promesas de dosis inocuas de alcohol…
Si acá la disciplina a largo plazo no funciona, ¿qué hacer?
Lo primero que el liberal debe aprender es que este no es un debate puramente económico. Siempre ha sido y siempre será una cuestión política.
La economía es el campo del conocimiento humano que estudia las relaciones del hombre y la sociedad con la escasez, mientras que la política estudia las relaciones del hombre y la sociedad con el poder – y esto es lo único que motiva al populista. Aquí llamo populista a aquel que toma decisiones a corto plazo con el único objetivo de mejorar su aprobación y asegurar su próxima reelección. No tiene compromiso con ninguna teoría consolidada, ya sea política, liberal o económica, sino solamente con su imagen y su permanencia en el poder. Algunos lo llaman demagogo.
¿Y qué hace el populista cuando gana la elección? Intenta organizar el gobierno y su presupuesto para ejercer ese poder y mantener a su grupo en el liderazgo. El populista no renuncia voluntariamente al poder ni a la centralización. Siempre hay programas sociales en crecimiento, sistemas oscuros de asignación de fondos al legislativo y creación de privilegios en el sistema tributario, cambiario y monetario (tasas de interés).
Piense en un gobierno que quiere centralizar todas las decisiones de poder relevantes en sus manos y entenderá a cualquier gobierno populista en América Latina.
Frente a esto, no hay nada más equivocado que creer que un positivista (entendido aquí como un racionalista que cree que la racionalidad se impone naturalmente en la sociedad) podrá enfrentar esta estructura haciendo las cosas correctamente según el positivismo y el racionalismo. Como máximo, obtendrá algunos miles de millones de dólares para que el próximo gobierno los gaste. Y aún será demonizado como culpable de todos los fracasos económicos del país.
Lo que estoy diciendo no es un análisis profundo y sofisticado, es simplemente una constatación, incluso obvia, de la historia reciente del subcontinente.
Si el problema no es técnico sino político, no sirve de nada abordar exclusivamente cuestiones de racionalidad económica y pasar por alto las estructuras políticas que eventualmente socavarán estas bases racionales construidas por el gobierno liberal en el futuro.
Destruyendo puentes para siempre
La principal función de un político liberal cuando asume el cargo debería ser desarmar de manera permanente los mecanismos de ejercicio directo del poder estatal sobre la sociedad que estén a su alcance. Debe aprovechar el sentimiento de “cambiemos todo” para hacerlo realidad.
Creo que la cuestión cambiaria en Argentina es muy didáctica para comprender cómo los liberales podrían quitarles de forma permanente el poder a los populistas.
Es ingenuo creer que este sistema se sostiene en la irracionalidad económica. Cualquier sistema aparentemente caótico e ineficaz solamente existe porque otorga poder a quienes lo gestionan. Controlar la política cambiaria otorga el poder de proporcionar acceso privilegiado al mercado oficial de divisas.
Venezuela es un país que sufre una escasez casi absoluta de dólares, pero obviamente quienes sufren son aquellos que no gozan de privilegios con el poder central. Quienes tienen acceso al mercado de divisas comerciales son 100 veces más ricos en dólares que aquellos que no lo tienen. Este poder es inmenso. Cuanto mayor sea la escasez de dólares, mayor será el poder de quienes controlan el flujo de divisas. Como le dijeron a Forrest Gump, “Que no pierdas de vista la pelota!”. Enfóquese en las estructuras de poder que mantienen el caos.
La dolarización no funcionará y no debería ser el objetivo
Hemos visto a numerosos expertos, incluidos los liberales, decir que la dolarización que Milei propone para Argentina no funcionará. Y desde un punto de vista puramente técnico y positivista, tienen razón. Salir de la situación actual hacia una más equilibrada y racional, sin pasar por un desastre completo, es casi imposible.
Pero si el objetivo es eliminar completamente esta estructura de poder del gobierno argentino, retirarles el poder de emitir moneda, de favorecer a amigos con tasas de
cambio preferenciales, de tener empresarios mendigando descuentos en las tasas de cambio, el enfoque debe ser realmente destruir por completo el sistema y no apuntar a una nueva estructura virtuosa.
Acabar por completo con la “racionalidad” distorsionada en la política cambiaria y monetaria en Argentina no acabará con el país. Por el contrario, devolverá al sistema económico real (fuera del gobierno) la obligación de reestructurarse y establecer sus propios mecanismos de intercambio.
Brasil pasó por esto con el congelamiento de cuentas de ahorro durante el gobierno Collor de Mello: de inmediato, los agentes privados buscaron generar medios de pago y crédito para que sus negocios no se detuvieran. El sistema económico libre es rápido para salir del desastre y encontrar soluciones creativas.
El caos cambiario genera otro “superpoder” estatal: la hiperinflación
El problema cambiario en Argentina tiene muchas similitudes con el impuesto inflacionario en Brasil en las décadas de 1980 y 1990. Argentina no tiene moneda; cualquier argentino sabe que el peso no es una reserva de valor. Prefieren recibir en efectivo en cualquier otra moneda, incluso el peso uruguayo. De la misma manera que el impuesto inflacionario en Brasil destruía a quienes no estaban bancarizados (perdían el 30% del valor del dinero en un mes), los argentinos que tienen acceso a dólares, reales, pesos chilenos en efectivo o cuentas en estos países se protegen, mientras que la población más humilde no puede mantener su poder adquisitivo.
La completa destrucción del sistema monetario argentino podría eliminar aproximadamente dos tercios de su riqueza. Pero esto ya ocurrió durante el Corralito, cuando toda la riqueza en dólares que estaba en los bancos perdió dos tercios de su valor en una semana de feriado bancario – y Argentina sobrevivió.
Después de la implosión, los agentes económicos privados y libres tendrían que buscar formas de garantizar los intercambios. Los reales, los pesos chilenos, los dólares y los euros ya circulan en el país, además de haber un colosal stock de reservas privadas en el extranjero. Sería un desastre que los argentinos resolverían por sí solos.
Este desastre, probablemente, también eliminaría otro “superpoder” de los políticos argentinos, la hiperinflación, que es un flagelo para la población, especialmente la más pobre, que no tiene acceso a buenos servicios financieros, pero es una bendición para los políticos despilfarradores. La inflación resuelve cualquier problema fiscal que un país pueda tener. Brasil en las décadas de 1980 y 1990 no tenía problemas fiscales, solo cambiarios. Para tener dinero, solo tenían que imprimirlo, y el impuesto inflacionario (que erosionaba el poder adquisitivo del dinero en manos de las personas) resolvía el resto.
Hay un ejemplo elocuente del superpoder de la hiperinflación. Recientemente, Argentina eximió del impuesto a la renta a quienes ganan hasta 1,7 millones de pesos por mes (aproximadamente 24.000 reales al tipo de cambio oficial). El 99% de los
argentinos dejará de pagar impuesto a la renta. Naturalmente, es una medida para intentar la reelección, pero ¿por qué pueden hacerlo? Es muy simple: uno o dos meses de inflación erosionarán el salario en la cantidad del impuesto a la renta. El impuesto inflacionario es implacable.
Ahora, si el sistema cambiario colapsa, el gobierno tendrá que recaudar moneda extranjera a través de impuestos. Y como no puede emitir moneda extranjera, probablemente incumplirá con muchas obligaciones y deberá ajustar el gasto público hasta que tenga una idea clara de cuánto puede gastar. Tendrá que hacerlo, no tendrá opción, ya que su arsenal de irracionalidad económica habrá desaparecido.
Este escenario llevará a un desastre completo y probablemente tomará unos 12 meses para que el sistema privado se ajuste mínimamente y 2-3 años para que el gobierno se adapte a sus nuevas posibilidades fiscales, ya que nunca más podrá emitir dinero que los argentinos acepten.
Esta “dolarización” desastrosa prácticamente aniquila el poder estatal argentino. Incluso si los populistas regresaran en 4 años, difícilmente podrían restablecer un sistema con moneda propia, ya que los argentinos nunca cambiarían cualquier moneda estable por algo inventado por su gobierno.
El papel de los liberales en América Latina
Cualquier liberal que gane elecciones en América Latina debe actuar en dos frentes: promover y aprobar políticas liberales y desmantelar las estructuras de poder del populismo derrochador. Debemos entender esto de inmediato, o nunca cosecharemos los beneficios de la alternancia en el poder.
La población más pobre es resistente y sabe, mucho mejor de lo que los políticos creen, cómo adaptarse a las difíciles realidades económicas. Inmediatamente después del desastre, verán cómo pueden vivir con la nueva realidad y, en 6 meses, tendrán cuentas en el extranjero y solo realizarán transacciones en moneda extranjera. Quienes sufrirán más no son ellos, sino aquellos que viven de privilegios y dependen de estas relaciones estatales para ser solventes y ganar dinero.
Esto es lo que Milei llama castas basadas en privilegios.
Una cosa es segura. Hacer todo correctamente y mantener intactas las estructuras de poder, o simplemente adormecerlas, no funciona.
Los ocho años de Fernando Henrique Cardoso en Brasil fueron fundamentales en este sentido. Destruyeron por completo los privilegios asociados a la inflación, que permitían a los estados emitir sin límite para resolver los problemas fiscales. Las reformas de FHC redujeron drásticamente el poder estatal y, hasta el día de hoy, ese poder no ha vuelto. Creamos otros mecanismos de privilegio, pero la emisión descontrolada no ha regresado.
¿Por qué necesitamos algo tan radical?
La cuestión es bastante simple. Cuando se eliminan los sistemas a través de los cuales el gobierno secuestra las libertades individuales y crea un sistema de privilegios, de inmediato los agentes económicos individuales comienzan a actuar para renegociar sus relaciones comerciales, contractuales y de intercambio y excluyen al gobierno de esta ecuación. Cuanto más caos haya debido a la ausencia de las estructuras de poder gubernamentales, más espacio habrá para la renegociación en términos de racionalidad privada.
En el entorno económico, no hay un vacío de poder y estructura. Si el cambio radical patrocinado por el nuevo gobierno puede mantener a raya a las fuerzas estatales durante 2-3 años, un nuevo gobierno populista tendría que crear nuevos sistemas restrictivos, lo cual es mucho más difícil que heredar sistemas de privilegios ya establecidos. ¿Cómo convencer a los argentinos de aceptar papel impreso por el gobierno nuevamente si han estado realizando transacciones en monedas EN LAS QUE YA CONFIABAN antes de la destrucción del peso argentino? Es una misión prácticamente imposible.
La lección principal que los políticos liberales deben aprender sobre América Latina es que su estructura de castas y acceso privilegiado al presupuesto público es el principal y más peligroso enemigo del liberalismo económico. No es Marx, no es el globalismo, no es el comunismo. El liberalismo solo tiene sentido como fuerza política si es radical en la devolución del poder al pueblo.